fragmento 01
(De cómo un encuentro, fortuito para alguien, puede en cambio, resultar determinante para alguien más)
El hombre se impactó de su propia voz, de oírse decir esas palabras. No eran sus palabras; mejor dicho, eran cabalmente sus palabras. Aquellas en las que ni siquiera se piensa, aquellas inadvertidas, aquellas sepultadas bajo los escombros de tanta auto represión. Y con todo, estas lograron emerger del oscuro fondo de su ser, y el hombre las reconoció no por otra cosa sino por su sorprendente precisión, por su sobria claridad, por su transparente sinceridad. “Por favor...”. Súplica sutil que sin embargo, revelaba angustia, su propia angustia, esa angustia para la cual era ya insensible de tanto sentirla... o, al menos, eso le pareció en ese momento. Se detuvo y no dijo nada más. Estaba perplejo ante el encuentro consigo mismo, desnudo, sin máscara ante el desmoronamiento, una vez más, de la esperanza. La imposibilidad. La joven, por otro lado, siguió inmutable su camino alejándose para siempre. Nunca sospecharía siquiera, que había sido móvil, testigo y objeto de una revelación interior tan pura, clara y fulgente, como lo puede ser una luna llena en una despejada noche invernal. Para ella fueron sólo insignificantes palabras dichas por un insolente transeúnte; para el hombre, habían sido, en un descuido, la total apertura de su alma...
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